El
tiempo que pasa desde que pierdo la consciencia hasta que alguien me
echa agua en la cara es relativo. Pueden haber sido segundos, minuto
u horas, no estoy segura. Pero cuando abro los ojos aún veo borroso
y todo sigue dando vueltas. Primero veo el cielo azul y despejado,
luego, a medida que voy girando la cabeza, veo copas de árboles
bastante altos. Más tarde a mis oídos llegan los sonidos del agua
de un arrollo y la voz de Peeta.
-¿Katniss?
¿Estás bien? ¿Puedes verme ,oírme?-pregunta desesperado.
-Mi
cabeza...
-Nos
vamos, se acabó. Esto no es bueno para ninguno de los dos, creo que
lo hemos demostrado.
-No,
Peeta- entonces me acuerdo de que le he dado una bofetada, de que he
salido corriendo por el bosque y que de alguna manera he acabado
desmayada por el suelo-. Lo siento, no tenía que haberte pegado.
Yo...-me intento incorporar para coger su cara entre mis manos, pero
me detiene.
-Espera
a que se te pase el mareo y hablamos.
Parece
que después de todo no está enfadado, sólo está preocupado. No
tengo manera de saber si antes de que me encontrara desmayada íbamos
a tener una discusión o no. Supongo que algo me diría, que me
regañaría por mi comportamiento o algo similar, pero ahora con todo
esto que me está pasando no creo que sea capaz de decirme nada.
Me
trae unas bayas y me da un poco de agua. Poco a poco me deja
levantarme y cuando empiezo a quejarme nota que me he recuperado y
que no hace falta que sigamos sentados en el suelo. Andamos en
silencio por el bosque, en dirección contraria hacia el Distrito 13.
No sé qué pretendemos ni cómo comenzar la conversación tipo
disculpa.
-Paylor
casi está llegando. Cuando volvamos seguramente ya esté en el
hospital-anuncia.
-Peeta,
no quiero hablar de Paylor ahora, quiero pedirte perdón. En serio,
no quería pegarte, sólo...
-Katniss,
lo entiendo. Has pasado por mucho y te están exigiendo demasiado.
Además yo sólo he echado más leña al fuego al pedir que nadie te
dijera nada.
-¿Desde
cuando me habéis ocultado cosas?
-Desde
que te fuiste al 1.
Bien.
Vale, lo comprendo. No, en realidad no. ¿Por qué durante tanto
tiempo? Intento no ponerme furiosa de nuevo y me calmo diciéndome
que era lo correcto, que así me mantenían a salvo. Aunque
conociendo mi historial, da igual lo mucho que alguien intente
mantenerme con vida y protegerme. A final siempre acabo de una manera
u otra en peligro, y lo peor es que arrastro conmigo a todos los que
están a mi alrededor.
Seguimos
caminando sin hablar más. Ahora pienso que sí que está enfadado o
quizá tiene que decirme algo importante, algo que a ambos nos cueste
un precio caro. Porque, ¿cómo no vamos a pagar las consecuencias de
que la boda y las elecciones sean el mismo día? Estoy segura de que
algo pasará. No es posible, tengo que convencerme de que todo es una
broma de mal gusto. Seguro que en cualquier momento aparecerán todos
de entre los árboles y dirán que todo ha sido fruto de una mentira
para reírse a mi costa.
-Cancelamos
la boda, Katniss. Effie está en ello.
El
mundo se detiene bajo mis pies. El mareo vuelve, aunque es distinto
al que he experimentado hace minutos. Miro a Peeta con odio, con
frustración, con miedo y con algo de desesperación. No me esperaba
para nada lo que dicho. Nunca lo hubiese pensado, no que saliera de
él. Podría esperar que fuera yo misma la que lo echara todo por la
borda, pero no él. No la persona más fuerte que conozco, no el
hombre que luchó contra él mismo por estar a mi lado. Sin embargo,
una parte de mí lo entiende y lo necesita, casi que lo desea. Quizá
cancelar la boda sea lo mejor por ahora, aunque, si ha dicho cancelar
en vez de posponer, puede que nunca lleguemos a ser un matrimonio.
Peeta
parece ignorar mi desacuerdo por la cancelación de la boda y sigue
caminando. No sé qué hacer. Convencerme a mí para hacer o dejar de
hacer algo es fácil, pero convencer a mi novio de que cambie de idea
es incluso más difícil de que a mí me salga un discurso
improvisando. Si todo el mundo pensaba que yo iba a ser la que se
echase atrás, aquella a la que nada le importara, la que sólo se
preocupa por sí misma, la que tiene miedo al compromiso, creo que
dejo patente que todo es falso y quiero casarme con el hombre que va
unos cuantos metros por delante de mí.
Corro
hacia él, salto y me engancho en su cuello, enroscando mis piernas
alrededor de su torso. No vamos a movernos de aquí hasta que me de
un explicación, y sobretodo hasta que cambie de opinión.
-De
eso nada. Peeta no he estado recorriendo distritos y soñando con ese
día para que ahora lo cancelemos. Tú quieres casarte, yo quiero
casarme. Nadie debe interferir en nuestra boda. Me da igual que sean
las elecciones, me da igual lo que vaya a pasar-la palabras salen de
mi garganta con furia, parece que casi estoy gritando-. Te quiero, no
puedes dejarme.
-No
voy a dejarte, sólo lo cancelo.
-Idiota,
¿por qué? No puedes entender que me da igual.
-No
te da igual. Anda bájate.
Me
niego rotundamente a desengancharme de su cuerpo. Si quiere que
volvamos al 13 primero tiene que prometerme que no va a cancelar nada
y que todo sigue el curso de las cosas como lo habíamos planeado,
además, he grabado el propo diciendo que mi boda será el mismo que
la elecciones. Puede que no lo emitan después de la decisión de
Peeta, pero entonces, la idea de que nuestra boda fuera un
distracción para la gente, se reducirá a la nada.
-Eres
un mentiroso. Quiero casarme.
-¿Cuánto?
-¿Te
basta con la cantidad de un para siempre?
-¿Estás
segura?
Es
una pregunta que me he estado haciendo desde el mismo momento en el
que el Presidente Snow vino a mi casa y mi subconsciente supo que
pasaría el resto de mi vida al lado de Peeta. Al principio, como era
de esperar, no quería. Me aterraba la idea de estar casada con
alguien y más la de tener hijos, pero sólo hay que ver el giro de
los acontecimientos durante los últimos años para darse cuenta de
que quiero casarme con Peeta. Si ya casi lo hice una vez, ¿por qué
no ahora? No podemos quitarnos el compromiso de encima cada vez que
pase algo, tenemos que ser fuertes y luchar unidos. Y, sinceramente,
prefiero luchar al lado de Peeta, con un anillo dorado en mi dedo
anular, cuando sobrevengan las cosas. Lo peor no son las elecciones,
lo peor será lo que venga después. El gobierno del cuál quiero
huir.
Así
que, después de la primera Arena, después del Vasallaje, después
de la rebelión, de tantas muertes a nuestro alrededor, después de
derrocar al gobierno opresor, de tener dos hijos y de vivir juntos
todo lo que hemos pasado, no puedo negarme. Y tampoco no puedo omitir
el hecho de que estoy enamorada de él y de que ya va siendo hora de
dejar de atrasar lo inevitable.
-Sí-contesto
y le beso el cuello.
-Aunque
los Juegos volviesen.
-Aún
así-digo y asiento repetidamente con la cabeza-. ¿Qué te hace
pensar que volverán?
-Es
sólo un pensamiento, pero, ¿estás segura?
-Peeta
si no quieres casarte porque no me quieres no...
Me
da la vuelta hábilmente y me coloca en el suelo, me tapa la boca y
niega con la cabeza sin dejar de mirarme a los ojos.
-Nunca,
nunca creas que no te quiero-dice y me abraza con fuerza-. Quiero
casarme contigo, me da igual si es ahora, mañana o dentro de mil
años, pero quiero que nada te haga cambiar de opinión, o que por
dentro estés mal por las elecciones o lo que sea.
-A
tu lado no, me da igual mientras sigamos juntos.
El
beso que viene ahora es uno de los mejores que he vivido. Es, al
principio, suave y lento, pero a medida que nuestros labios se rozan
continuamente y nuestros alientos se mezclan, se vuelve más rápido,
más cálido y expresivo. Dejamos que la pasión se apodere de
nuestros cuerpos y se convierte en un beso mágico. Un beso largo,
húmedo y muy sentimental. Un beso que hacía tiempo no nos dábamos
por todos los problemas, y sí, un beso de los que me hacen desear
más irremediablemente. Y como es tan fuerte el hambre que siento por
sus caricias y por más besos, no despego mis labios de los suyos, no
dejo de aguantar la respiración, y sigo articulando mi lengua para
hacer que mi sed se sacie. Peeta también parece que tenía ganas de
un momento así. No deja que nos separemos durante un instante
sujetándome por la cintura y acariciándome el pelo con suavidad,
pero, de repente, se detiene. Yo sigo apretando con fuerza nuestros
labios hasta que me doy cuenta de que le ocurre algo. Abro los ojos
sin dejar de posar mis labios sobre los suyos.
-Effie-
dice alarmado y con dificultad ya que no dejo que se aparte de mí.
¿Effie?
Entonces me acuerdo de que ella debe estar cancelando invitaciones,
decoración y todo lo demás. Como si llegáramos a un acuerdo sin
hablar, como aquella vez cuando Haymitch entró borracho en el
vagón-bar del tren, salimos corriendo, cogidos de la mano, en
dirección al Distrito 13 para hacer que Effie pare, y para hablar
con Paylor; Peeta desconoce mis intenciones reales.
Pocas
veces tengo suerte, pero parece que esta segunda parte del día pinta
bien. Paylor llegó en un aerodeslizador justo al tiempo que Peeta y
yo salíamos de los bosques. Effie no cambió nada porque, según
ella, necesitaba mi aprobación para hacerlo, y los niños han
conocido al pequeño Finnick, bueno, no tan pequeño ya que tiene
casi 15 años.
Ahora
me encuentro caminando a lado de mi familia por las calles
pavimentadas del Distrito 13, recorriendo su escasa distancia, ya que
una calle ancha une unos pocos callejones donde hay casas grandes y
espaciosas de madera. Se nota que hace poco las han construido, aún
puede olerse el olor a pintura y los árboles de los jardines son muy
jóvenes. Finnick O. Cresta, como dice que le gusta que le llamen en
vez de por el apellido de su padre, nos conduce hasta su casa, una de
las más viejas dentro de lo que cabe. No deja de ser de madera, pero
sí que es algo más pequeña que las demás. Tiene un bonito jardín
donde el césped es verde y los árboles dan un sombra muy agradable.
Cerca de un cerezo veo que hay una mesa blanca rodeada de sillas del
mismo color. Cuento cuántas hay: 7. Y veo, saliendo de la casa, a
Haymitch.
Supuestamente,
según lo que tengo entendido, Annie regresó al Distrito 4 antes de
dar a luz. Effie, durante el viaje al 8, me comentó que vivía en el
Distrito 13, no en el 4. Y eso me dejó algo desconcertada. Supongo
que aquí encontraré la respuesta.
-Podéis
sentaros si queréis-dice alegre Finnick-. Voy a llamar a mi madre.
Nos
sentamos todos al rededor de la mesa y desde el interior de la casa
me llega un dulce aroma que hace que la lengua se me derrita. Llevo
todo el día sin comer nada y necesito recuperar las fuerzas que he
perdido.
Annie
sale de la casa con una bandeja entre las manos y una gran sonrisa en
la cara. Se acerca a nosotros y me levanto de la silla para
saludarla. Cuando deja la bandeja llena de comida sobre la mesa, las
dos nos fundimos en un abrazo fuerte. Me doy cuenta de que la he
echado de menos y de lo mucho que me alegro de que esté bien.
-Tengo
que daros la enhorabuena-dice mirando primero a Peeta y luego a mí-.
Siéntate, yo me encargo de traerlo todo. Espero que tengáis hambre.
La
mesa enseguida se llena de aprobación. Todos tenemos bastante hambre
y creo que lo que hay sobre la bandeja aliviará nuestros estómagos.
Intento ir tras Annie para ayudarla a sacar tanto vasos como
cubiertos, pero me detiene diciendo que debo estar cansada y que no
me moleste más en ayudar, que ya lo hice hace muchos años y ahora
ella tiene que agradecérmelo de algún modo. Finnick, quién dice
que mejor le llamemos Finn, trae vasos y vuelve dentro de la casa
para seguir trayendo cosas.
-Eres
una bruta-dice Haymitch señalándome con el dedo y riéndose entre
dientes.
-No
pienso dirigirte la palabra- le contesto-. Olvídate de mí.
-Ya
lo estás haciendo, preciosa.
Evito
decirle nada más porque sé que lo que quiere es provocarme para
empezar una discusión, y aunque en realidad me apetece insultarlo,
prefiero no hacerlo delante de Sarah y Jaden. Ya tendremos tiempo
cuando volvamos al 12 de tener una conversación y de decirle todo lo
que me de la gana.
Annie
regresa con una cesta de pan en una mano y en la otra un bol
transparente lleno de salsa marrón. Finn también vuelve a la mesa
cargado con platos y cubiertos.
-Finnick,
ve a por el zumo. Se me ha olvidado.
-¿Tienes
algo más fuerte?-pregunta Haymitch.
Sarah
le da un suave empujón y le niega con la cabeza para que no se le
ocurra beber delante de ella; no lo soporta. Haymitch sacude la
cabeza sonriendo y dice que era broma.
-Espero
que os guste, es un receta que aprendí del Capitolio. Mi favorita.
Y
por primera vez me fijo en lo que hay sobre la mesa. En la bandeja
hay muslos de pollo jugosos, con verduras troceadas en pequeños
cuadraditos, y gajos de naranja alrededor. Debajo del pollo hay una
pequeña fuente de ensalada de lechuga y maíz. Supongo que el pollo
está encima para que le de sabor. En la cesta reconozco el pan del 4
y también los pequeños panecillos que nos ponían en el 13. Annie
comienza a repartir los muslos de pollos y a echar la salsa marrón
por encima. Luego dice que nos sirvamos la ensalada nosotros y que
mezclemos la lechuga con la salsa también. Finn trae zumo de naranja
natural en una jarra y nos sirve a todos.
-Gracias-digo
cuando ambos se sientan a la mesa.
-Podéis
comer-dice Annie con una sonrisa.
Antes
de llevarme nada a la boca desmenuzo la carne de los platos de Jaden
y Sarah. Sé que ambos son ya grandes para hacerlo solos, pero es
una costumbre que tengo desde que Prim nació. También les hecho más
ensalada ya que no les gusta la verdura y apenas se han servido
ellos. Luego, después de comprobar que a ninguno le falta nada, me
llevo a la boca un trozo de pollo mojado en la salsa. El sabor
impacta en mi paladar al instante. La salsa está echa de canela y le
da un sabor asombroso al pollo. Agradezco a Annie lo que ha cocinado
y me obligo a comer como una persona humana en vez de devorar lo que
tengo delante en un instante.
-Annie,
¿cómo es que vivís aquí?-le pregunto cuando me sirve el postre;
un pastel de nueces y nata recubierto con una capa de miel suave.
-Antes
de tener a Finnick, volví al 4. Pero, después de 8 años viviendo
allí decidí que volver al 13 sería lo mejor. Aquí es donde me
casé y donde estuve con Finnick los últimos días de su vida. Este
es el hogar donde creo que él está con nosotros-dice con algo de
tristeza pero sin dejar de sonreír.
Miro
a Finnick. Es clavado a su padre. Cuerpo atlético, cabello color
bronce y ojos verdes mar. Corre detrás de una pelota, junto a mis
hijos. Visto así, desde lejos, parecemos Peeta, Finnick y yo en
versión más jóvenes que cuando participamos en el Vallaje. Se le
ve un chico muy espabilado, fuerte tanto físicamente como
psicológicamente. Veo cómo trata a su madre sé que la quiere más
que a nada en este mundo. Miro a Finn y veo a Finnick.
-Chicos,
siento interrumpir esta agradable comida, pero tenemos que volver a
las instalaciones. Nos esperan-dice Haymitch mirándome.
-Os
acompañaremos, así los chicos estarán juntos. Parece que se llevan
bastante bien-dice Annie.
Caminamos
con algo de prisa hacia las escaleras que nos conducirán al ascensor
para bajar a la planta que corresponda. Un grupo de agentes de la paz
nos acompaña hasta la planta -4, seguramente donde esté el
hospital. Y no me equivoco, se abre la puerta del ascensor y vemos la
recepción del hospital. Los agentes nos informan de que Paylor está
en la habitación 247 y sin más contemplaciones nos dirigen allí.
Hemos dejado fuera, cerca del bosque, a los niños. Ninguno creemos
que sea bueno que visiten el hospital y menos si es para lo que tengo
en mente; presentarme a las elecciones, bueno, hacerlo públicas mis
ideas sobre ello.
me encanta¡¡¡
ResponderEliminar