martes, 18 de septiembre de 2012

Capítulo 7 (parte I)


Respiro profundamente. Vale. Tengo un par de horas para estar en el bosque y evadirme de todo. Así que salgo de la casa a hurtadillas y miro en todas las direcciones para no encontrarme con nadie. Si me ven puede que no me dejen salir de la Aldea de los Vencedores. Y en efecto, justo cuando voy a salir, justo cuando estoy preparada para tener mi momento, Effie Trinket, aparece de la nada, cruzada de brazos y frunciendo los labios.
-¿Dónde crees que vas?
-¿Al bosque?-digo yo que se notará si tengo el arco en la mano, el carcaj en el hombro y la ropa que suelo usar para adentrarme en él.
-¿Qué día es hoy, Katniss?-su pregunta me deja algo desconcertada.
-El día de mi boda.
-¿Y te vas al bosque?
-Necesito estar sola-me defiendo-.Tener unos minutos de tranquilidad.
Da unos pasos más hacia mí y cuando me tiene justo enfrente posa una mano sobre mi hombro, mirándome a los ojos. Después de unos segundos de silencio, niega con la cabeza y dice:
-Nadie que no tenga una tarea va a pisar la Pradera. Y menos tú-me da un toque en la nariz y me da la vuelta.
Ah, claro. La decoración. Casi se me había olvidado que se va a celebrar allí. Pero hay muchas maneras de entrar en el bosque. Quizá la que más me guste sea esa, pero puedo entrar por cualquier sitio. El problema es que Effie parece no querer soltarme. Me lleva directa a casa y me sienta en un silla en la cocina. Me prepara un café y un par de tostadas.
-Creo que Haymitch siente algo por mí-suelta rápidamente, mientras se frota las manos una y otra vez y sus mejillas se sonrojan.
No estábamos hablando de nada en particular, así que no sé a que viene eso. Se me atraganta un trozo de tostada y me obligo a no reír. ¿Haymitch? ¿Estamos pensado en la misma persona? Pero en su mirada veo que es cierto. Que ni es una broma, ni debo reírme.
-¿Con algo...te refieres a amor?
Asiente repetidamente y comienza a pasearse por la estancia. Se la ve nerviosa y ese ajetreo solo me provoca más ganas de estallar en carcajadas. Parece que Effie sí que siente algo.
-Es que no lo sé-dice en un suspiro, pero sin detenerse en su marcha-. Puede que sean imaginaciones pero últimamente...-deja la frase en el aire y se pone a jugar con una manzana-. Katniss, ¿qué hago? Estas tres semanas...-se le cae la manzana al suelo y corre a recogerla-. No sé lo que me pasa, de verdad. Es como...
-Cosquillas en el estómago, nervios al estar a su lado, sonrojarse por cualquier comentario, fantasear...-digo sonriendo pensando en todo lo bueno que me aporta Peeta y el estar a su lado. El hecho de haberme enamorado de él y todo lo que conlleva.
-Sí-confiesa-. Justo eso.
Ahora si me río. Pero solo de saber que Effie, esa mujer capitolina que parecía de plástico, está enamorada de Haymitch. Me mira con el ceño fruncido y me levanto para abrazarla. No me río de ella. Es sólo que...bueno, me hace gracia. Ella me abraza con ganas y pierdo la noción del tiempo hasta que Cinna nos interrumpe carraspeando.
-¿Qué tal?-pregunta pasando y sonriéndome.
-Genial-contesto, aunque estaría mejor si hubiese podido pasar un rato a solas.
Hablamos durante un largo rato. De todo y nada. Supongo que hacemos tiempo para que Peeta se despierte y Haymitch se lo lleve. Ese es el plan. Además, estamos esperando a que Octavia y Flavius aparezcan para arreglar a mis hijos. Como Effie todavía no se ha quejado sobre el tiempo, creo que vamos bien.
Entre risas bajas escucho cómo alguien desciende las escaleras y atisbo a Peeta antes de pasar por la puerta de la cocina. Ahora es como magia. Una chispa se enciende en cuanto lo veo pasar. Sí, ha sido un segundo, pero lo suficiente como para encender la llama dentro de mí. Noto como cada parte de mi cuerpo toma vida y el aliento me devuelve lo que había perdido. Tendría que haberme quedado más tiempo en la cama con él en vez de intentar ir al bosque.
-Katniss. ¡Katniss!-Cinna me llama pero me he quedado embobada mirando por donde Peeta se ha ido y no soy capaz de apartar la vista de allí- ¿Katniss?
-¿Qué?-consigo decir.
-¿Que qué tal si vamos hacia el salón?
Asiento con la cabeza y caminamos hasta allí. Veo que han apartado algunos muebles y otros los habrán puesto en otras habitaciones. Cinna se ha traído un equipo de maquillaje que esta deseando utilizar, así como productos e utensilios para el pelo. Este es su campo, y no soy nadie para custodiar cómo haga su trabajo, así que me siento en una silla y espero a que elija lo que tiene en mente para poder causar el efecto que quiera.
Flavius y Octavia llaman a la puerta y Effie corre a abrirles. Pasan y me saludan admirando lo bien que me conservo y cómo está quedando el trabajo de mi estilista. Me observan, comentar, se impresionan, halagan a Cinna, y luego tienen un par de ideas que le comunican. Effie los echa para que vayan a prepara a Sarah y Jaden, mientras Cinna trata de terminar con mi pelo.
-¿Quieres verte?
-Mejor cuando esté listo.
Cierro los ojos y dejo que me maquille. Que espolvoree productos, que me eche cremas, que se decante por varios colores que dice, pero que no elijo. Al cabo de un buen rato, en el que yo me he dedicado a pensar en mi inminente boda, Cinna me dice que ya está.
-Espera-le digo-. Mejor cuando esté con el vestido puesto.
Cinna asiente y deja el espejo en la mesa. Me indica que me quede donde estoy mientras él trae el traje y todos los complementos. No tarda apenas unos segundos y veo en su cara el reflejo de que ha conseguido justo lo que quería, así que debo estar radiante. Me levanto de la silla, me desvisto y dejo que Cinna me dirija como si fuera una marioneta. El vestido cae por mi cuerpo y queda pegado a él, como si fuera parte de mi piel. Sí, definitivamente le a hecho algún que otro arreglo. Aún sigo con los ojos cerrados, porque no quiero verme, pero en mi mente se dibuja la forma del vestido: blanco hasta la cintura, con rayas negras hechas de pluma por toda la falda. Los bordes del escote en picado llenos de diminutos diamantes transparentes. La cola larga, hecha completamente de plumas blancas. La espalda está medio descubierta y de nuevo, por los bordes hay una infinidad de diamantes, aunque esta vez son negros. El velo de seda con piedras preciosas. Abro los ojos justo cuando Cinna me está colocando los pendientes y una pulsera.
-Ahora los tacones.
Odio subirme en uno de esos, pero no me queda más remedio. Nunca los había visto. Blancos con diamantes negros haciendo lineas. Son preciosos. Me los pongo y camino, al principio algo torpe, pero enseguida me acuerdo de todos los consejos y todas las veces que tuve que caminar con ellos. Camino por el pasillo hasta llegar a un espejo de medio cuerpo para verme. Cinna va detrás de mí, sujetando la cola. Cuando me veo en el espejo esbozo una gran sonrisa y se me llenan los ojos de lágrimas. Soy el sinsajo. Radiente. Fuerte. Llena de valentía y coraje. Sin palabras.
-Una obra maestra, Cinna.
-Gracias, pero tu haces posible que sea así-me guiña un ojo-. Effie creo que ha ido a casa de Haymitch, así que preparate para salir.
-¿Sarah y Jaden?
-Fuera. Salieron cuando traje tu vestido.
Flavius y Octavia aparecen y me admiran de nuevo, aunque esta vez es mucho mayor. Me tocan la cara con cuidado, el pelo, el tejido del velo, la cola, preguntan de qué son las plumas...Y, finalmente, dejan la pregunta más importante para el final...el fuego. Cinna se niega a responder a eso, aunque yo se de sobra lo que pasará. Supongo que quiere que sea una sorpresa. Por cierto...¿cuando he de sacarlas a la luz?
Effie entra por la puerta, echa a Flavius y Octavia para que vayan más deprisa y luego abre la boca de par en par al verme. Se queda sin palabras, viene a abrazarme, pero algo hace que en el último momento se detenga. Entonces me coge una mano y dice:
-Increíble. Solo puedo decir eso.
Salimos de la casa y en cuanto piso el asfalto me empieza a dar un ataque. Los nervios me comen, las ansias me impiden andar, los temblores se adueñan de mis rodillas y el temor a algo que no logro entender viene directa hacia mí como si se tratase de un relámpago. No puedo. No puedo hacerlo. Respiro agitadamente y miro hacia Cinna. Él parece no comprender lo que me pasa, aunque, a decir verdad, yo tampoco. ¿Pánico a casarme? ¿Miedo escénico? No. Llevo con Peeta 16 años y prácticamente se podría decir que estamos casados, porque unos papeles lo acrediten o no, no quiere decir nada. Le quiero, eso lo tengo claro, pero... ¿Es por Gale? ¿Por reencontrarme con él después de todo? Puede que uno de los motivos sea ese. El no saber qué decir, el no saber si habrá venido, el pensar que intentará parar la boda. Pero hay algo más. Es algo que está profundo en mí, como enterrado. Casi olvidado. Los Juegos, la Cosecha, el Vasallaje. El Presidente Snow queriendo mi boda a la fuerza. Pero ya no es así. Ahora me caso porque quiero y porque en estos instantes es lo que más feliz me puede pasar.
-Estoy bien-digo recomponiéndome y tomando aire-. Estoy bien-vuelvo a decir, ahora mucho más convincente y seguimos caminando.
Pasamos la Aldea de los Vencedores y cuando estamos por la Plaza, Effie nos dice que ella va a ir más deprisa para traer a Haymitch. Sí. Tanto él como Cinna van a acompañarme al altar. Me encantaría que fuera mi padre, claro, es lo que siempre habría querido, pero eso va a ser imposible. Al igual que Peeta vaya con su madre. ¿Con quién irá Peeta? Aunque, hay algo más que me gustaría que estuviese junto a mí. Algo que daría lo que fuese por estar solo unos minutos más junto a ella. Sé que a Prim le hubiese encantado estar en este día tan especial. Su voz cantarina, sus trencitas doradas, su mágico aleteo cuando corretea o camina. Prim, mi dulce y pequeña Prim. Lo que daría por que viviese un poco más, lo justo para estar aquí, o lo justo para intercambiarme por ella. Prim. Es como si la sintiese justo ahora, a mi lado, sonriendo y asintiendo cada vez que me aproximo a Peeta.
Cuando pongo un pie en la Pradera no puedo hacer más que asombrarme, maravillarme y mirar a Effie agradecida con lágrimas en los ojos. Es todo lo que podía imaginar y más. Mesas y mesas se extienden por todo el prado verde. Son de madera clara y sus manteles son blancos, lo que hace que la imagen sea preciosa. Las sillas que están a su alrededor son de esa madera de color marrón claro. Todas cuidadosamente colocadas, con un número determinado según los invitados de cada uno, sus nombres escritos a máquina en papel de color carbón y los bordes de los mismos están quemados. Mientras camino, Haymitch a mi derecha, Cinna a mi izquierda, Effie unos pasos más adelante para llegar antes que nosotros y sentarse; solo puedo contemplar todo lo que hay a mi alrededor. Farolillos esperando a que caiga la noche para que se enciendan, rosas rojas, negras y blancas dividas por colores en zonas. Hay un problema que no fui capaz de pensar, o mejor dicho, de recordar, aquel día que Cinna y Effie se peleaban por el color de las rosas y es que las blancas no me pueden indicar otra cosa que peligro. Que Snow está cerca, midiendo mis pasos, calculando los minutos para que se lleve a cabo algún maquiavélico plan, memorizando cada movimiento que hago y cada lugar donde piso. Pero me recuerdo que murió, y que por mucho que mi subconsciente me diga que queme y destruya cada pétalo blanco, sé que nada malo me va a pasar. No en un día como hoy.
No me percato de cuánta gente hay hasta que los veo a todos sentados, mirándome, sonriendo hacia mí, pensado que son afortunados. Me sonrojo un poco ante tantas miradas y esto es lo que hace que olvide las rosas blancas, además, lo siguiente que veo me deja sin aliento: tres filas de asientos, creo que 30 personas por cada una. O quizá sean más. Además sé que no todos los invitados están sentados ahora mismo. A mi boda van a acudir, aproximadamente, unos 300 o 400 invitados. De todos ellos, solo una pequeña minoría, minuciosamente estudiada y sobretodo escogida por el paso que han tenido en nuestras vidas, están ahora presentes. El resto solo vendrán al banquete. Delante de la fila de asientos imponente se alza el altar, que no es más que una plataforma elevada del suelo, blanca, redonda, con enredaderas subiendo por la finas columnas que sujetan la cúpula. En el centro del altar se encuentra una especia de atril, donde detrás se colocará el alcalde, encargado de casarnos. Peeta está a la izquierda, mirando al vacío. Entonces me fijo que detrás de ellos, detrás del altar, hay otras tres filas más de invitados.
Veo cómo Effie se sienta en primera fila y mira hacia atrás un segundo. A Enobaria, Annie y su hijo Finn, Plutarch, los panaderos de la panadería de Peeta, Octavia, Flavius, Venia. Mis hijos delante de un camino al que han arrebatado cada brizna de hierba me miran sonriendo con los brazos cruzados. Uno a la izquierda. Otro a la derecha. Esperando a que pase a su lado. El camino es lo suficientemente espacioso para que quepamos tanto Cinna, como Haymitch y yo. Además me fijo que entre asiento y asiento solo ha un pequeño hueco que permite pasar a una persona, el resto del espacio lo adornan rosas negras y rojas. Sé por su intensidad y por la forma en la que brillan que están modificadas. No son como el resto de rosas que hay por la Pradera. Miro a Haymitch un momento porque noto que mira y me asiente. Con solo eso sé que no debo temer nada, que todo va a salir bien. Que este es mi día y he de disfrutarlo. Me agarro más a su brazo, sé que comprenderá que quiero darle las gracias por todo. También aprieto más el brazo de Cinna y lo miro a los ojos, pero esta vez la que asiente soy yo, indicando lo feliz que soy y que no tengo ninguna duda.
Al poner un paso en el camino de tierra mis hijos caminan detrás de mí y noto como me agarran la cola del vestido. ¿Qué van a hacer?
-Ya sabes, Katniss, es de mentira-me susurra Cinna justo un segundo antes de que note que mis hijos elevan la cola y la sueltan al suelo con mucha fuerza.
Comienzo a arder, como en los viejos tiempos, como todo el mundo aquí ha visto. Pero esta vez, al ser la última que lleve fuego incorporado sé que Cinna a hecho algo más. Y eso lo descubro, cuando, al pasar al lado de las rosas y que mi vestido las rocen, estas comienzan a arder dejando todo a mi paso envuelto en fuego. La verdad es que no sé como será la estampa desde fuera. Supongo que un mar de fuego a mi paso. Pero solo hago una cosa y es bajar el brazo para entrelazar mi mano con la de Cinna. Todo esto es como un sueño. Un sueño que entre todos están haciendo realidad.
Haymitch me suelta y antes de dejarme por completo, me acaricia la mejilla y me aparta un mechón de pelo. Cinna me aprieta un poco más la mano y luego me la besa. Entonces me dejan sola, sentándose cada uno a un lado de la fila. Miro hacia delante y me encuentro con Peeta. Un Peeta con la mirada perdida en mí, en mis ojos, en mi pelo, en mi cuerpo, en las llamas. Subo un peldaño, dos, tres. Menos mal que no me he caído. Entonces me pongo a la derecha de atril y espero a que el alcalde de los honores. Noto que a medida que se me apaga el vestido, el velo comienza a arder.
He asistido a muy pocas bodas en toda mi vida. Y no difieren mucho de como son ahora. Sí, antes éramos muy pobres y todo eso. Teníamos, además, una especie de ceremonia con pan tostado en una chimenea, y de hecho eso se sigue conservando. Pero el método viene a ser el mismo. Normalmente esto se hace con muy pocos testigos en el Edificio de Justicia, lo de hoy es algo especial. El alcalde da un pequeño discurso, siempre el mismo, lee unas pautas, hace preguntas hacia los novios, los novios se dan el sí quiero y rellenan unos papeles. Hay gente que se da un beso públicamente, otros prefieren reservarlo para la intimidad.
Nunca me he parado a escuchar uno de sus discursos, y aunque algo me dice que esta vez, por ser mi boda, debería hacerlo, la mirada de Peeta me embruja y ya no hay manera de escapar de allí. Su mirada azulada se clava en la mía y creo entender lo que siente y piensa. Está nervioso, mejillas levemente rosadas y un pequeño temblor que no percibiría si no supiera lo muy quieto que se está (excepto cuando es de vital importancia, véase los juegos), normalmente. Supongo que ha esperado durante años este momento y aún así no se había hecho a la idea. Yo, por mi parte, ahora mismo estoy totalmente relajada. Me siento como si estuviera en una nube. Flotando en el agua. Formo una leve sonrisa y entonces él parece tranquilizarse un poco. Lo mismo piensa que aún puedo arrepentirme.
Me acerco un poco más a él mientras el alcalde sigue con su discurso que ya no pienso escuchar. Peeta me mira extrañado, pero luego da otro paso hacia mí. Nuestras miradas se vuelven a cruzar y noto la necesidad de abrazarlo. Pero me mantengo quieta, intentando que no se note mucho que no presto atención a otra cosa que no sea Peeta. Entonces da otro paso hacia mí, decidido, ignorando a todo aquel que nos mire. Yo doy otro más y nos detenemos. Casi impedimos la visión del alcalde, aunque me da igual. Doy otro paso más y mis ojos viajan desde los suyos a sus labios. Los deseo como si supiera que es la última vez que los probaré.
-Podéis leer vuestros votos-dice el alcalde y con eso me saca de mi mundo y sé que ha pronunciado su discurso y leído las pautas.
Espero que sea Peeta el que empiece porque ahora mismo me he puesto nerviosa. Sin embargo, a diferencia de mí, Peeta parece calmarse por completo, como si hubiesen algo que le hubiese traído el sosiego. No saca ningún papel como sabía yo de antemano. Simplemente me mira a los ojos y asiente, convencido, dispuesto a todo. Este es su terreno. Sin embargo no habla, lo que significa que me cede el puesto a mí. Busco mi papel, pero, mala cabeza mía, lo he olvidado en casa. Miro fugaz a Effie por si puediese salvarme pero sé que esto es un lucha que debo afrontar sola. Así que allá voy. Sé que sin papel o con él, preparado o no, nunca superaré lo que Peeta diga, así que ya da igual. Respiro hondo, suspiro y digo:
-Hay muchas cosas que pueden traernos la felicidad. Cosas que a veces no podemos percibir, y cosas materiales. Pero, hoy, nada en el mundo puedo hacerme más feliz que el hombre que tengo enfrente . El hombre que me ha salvado tantas veces la vida, el hombre que hace que mis suspiros valgan la pena-y ahí me quedo. Aún no sé de donde he sacado la inspiración para decir todo eso, pero lo he soltado. Sin embargo, las reservas se agotaron y no sé por donde seguir.
Peeta parece darse cuenta de que me he quedado en blanco y da un paso hacia mí. El que faltaba para que estemos casi juntos, para que no se le vea la cara al alcalde y para ser el completo centro de atención (como si no lo fuéramos antes), entonces me coge la mano y sonríe.
-Katniss es más que mi vida. Decir todo lo que siento, ahora, en este momento, en unos pocos segundos o minutos, no es posible. Tampoco es posible escribirlo en un papel, ni dibujarlo. Son sentimientos profundos-comienza y sin casi darme cuenta ya me tiene embelesada con sus palabras. Me está ayudando, sin duda. Estos son unos votos compartidos.
-Nacidos en el corazón- continuo-. Que hacen que el mismo siga latiendo una y otra vez, fuertemente. Cada latido tiene un significado que solo el otro puede comprender.
-Cada paso que damos juntos es un camino que recorremos cogidos de la mano, juntos, sin miedo, salvándonos de los peligros que puedan acecharnos. Katniss apareció en mi vida hace mucho tiempo-deja la frase en el aire y sé que quiere que continúe yo.
-Pero no llegamos a ser dos almas en una vida hasta la Cosecha, cuando teníamos 16 años los dos. A partir de ahí todo ha sido un laberinto, una espiral, que nos ha conducido hasta hoy.
-Ella lo es todo para mí.
-Él significa más que todo.
-Mi vida-susurra.
-Mi mundo- musito.
Entonces el mundo se detiene. La luz emana de Peeta. Mi cuerpo necesita su cuerpo. Mis labios unirse con los suyos. Fundirse en un beso cálido. Mis ojos necesitan perderse de nuevo en ellos. Mis oídos escucharlo sin cesar. Mi nariz oler su aroma. Mis manos entrelazarse con las suyas. Lo necesito. Lo necesito. Peeta parece sentir lo mismo que yo y coge la mano que tengo libre, la mano donde reposa su anillo de compromiso y me lo quita. Ahora me habla directamente a mí:
-Cuando te di esto, cuando te pedí matrimonio, no te pedí que nos casáramos. No te pedí que me amaras para siempre. No te pedí siquiera una muestra de todo ello. Cuando te lo di fue únicamente para que vieses cuán enamorado estoy de ti, cuanto miedo tengo al perderte y cuanto amor te tengo. Cuando te di ese anillo te entregué mi alma por completo.
Y estas cosas son las que hacen que Peeta sea perfecto y el resto del mundo ni siquiera pueda aspirar a ser uno de sus finos cabellos dorados. Me dejo perder en su mirada y agarro su mano con más fuerza.
-Cuando dije que sí fue para hacerte saber que pase lo que pase, haya los peligros que haya, vayamos a donde vayamos, siempre, siempre, siempre estemos juntos. Porque me da igual lo que digan unos papeles, porque no me importa lo que suceda. Peeta, tú siempre serás el único que lo posea-subo nuestras manos entrelazadas, esa donde estaba mi anillo antes, y coloco su mano justo donde está mi corazón. Y así, ahora mismo, le entrego todo lo que tengo y más. Le doy cada latido, cada aliento de vida que me quede. Cada parte de mí.
-Sí, quiero-dice antes de que el alcalde pueda pronunciar algo, aunque me da que está tan sumido en nuestra conversación, en nuestro momento, que no es capaz de despegar los labios.
Miro a Peeta unos segundos. Su rostro, sus labios, su piel, su pelo, sus pestañas, sus manos, su cuerpo y finalmente sus ojos. Suspiro y noto que el corazón se me acelera, así que él debe estar sientiéndolo ahora mismo. Cierro los ojos con fuerza, obligo a las lágrimas a retroceder, pero cuando los abro, dos finas gotas cristalinas descienden por mis mejillas y sonrío.
-Sí, quiero-digo al fin y noto que la felicidad se extiende hasta no quedar ni un solo hueco sin ella.
Peeta se acerca a mí, me pongo de puntillas y beso sus labios cerrando los ojos y dejándome llevar por este momento tan especial que hemos decidido crear juntos. Resulta que “leer” los votos no ha sido tan difícil. No necesitaba tenerlos preparados. Lo único que necesitaba era tener a Peeta enfrente, custodiando mis ojos para darme todas las fuerzas. Las palabras solo han brotado del corazón, sin forzarlas a salir.
La gente rompe en aplausos y miro hacia ellos, muchos de los cuáles me miran sonrientes y también derramando lágrimas, aunque de felicidad. El alcalde vuelve en sí y da la aprobación. Nos hace firmar los papeles que oficialmente nos declaran marido y mujer y una suave melodía creada por violes y un piano inundan el prado. Ahora, por fin, puedo decirlo. Soy Katniss Mellark, la mujer de mi esposo. De Peeta.
Los invitados, dirigidos por Effie, corren hacia sus mesas. Mis hijos reparten el menú escrito en tarjetas iguales a las que indican los invitados por mesa, y muy pocos se quedan para estrecharnos la mano. Veo a mi madre por primera vez y antes de que pueda decir nada la abrazo. Le doy las gracias por venir y la estrecho tanto contra mí, que tengo que apartarme para dejarla respirar. Me coge una mano y la aprieta. 

3 comentarios:

  1. Las pautas......
    *__________________________________________*
    MADRE MIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!
    ES LO MAS BONITA QUE HE LEÍDO NUNCA! esta vez te superaste!!!!!!!!!!! ME ENCANTA!!!!!!, DIOOOSSS, E-S P-E-R-F-E-C-T-O. ¡QUE BONITOOOOOOO! Peenis al podeeer!

    ¡Te dije que escribes maravillosamente? TE LO DIJE? PUS TE LO DIGO
    Awwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww:X
    que romantico, PORFAVOR NUNCA DEJES HE ESCRIBIR N-U-N-C-A

    ResponderEliminar
  2. Muchas, muchas gracias, de verdad :) Entre todos vuestros comentarios vais a conseguir que me ponga como un tomate xD

    De verdad, gracias por seguir leyendo ^^

    ResponderEliminar