Respiro
profundamente. Vale. Tengo un par de horas para estar en el bosque y
evadirme de todo. Así que salgo de la casa a hurtadillas y miro en
todas las direcciones para no encontrarme con nadie. Si me ven puede
que no me dejen salir de la Aldea de los Vencedores. Y en efecto,
justo cuando voy a salir, justo cuando estoy preparada para tener mi
momento, Effie Trinket, aparece de la nada, cruzada de brazos y
frunciendo los labios.
-¿Dónde
crees que vas?
-¿Al
bosque?-digo yo que se notará si tengo el arco en la mano, el carcaj
en el hombro y la ropa que suelo usar para adentrarme en él.
-¿Qué
día es hoy, Katniss?-su pregunta me deja algo desconcertada.
-El
día de mi boda.
-¿Y
te vas al bosque?
-Necesito
estar sola-me defiendo-.Tener unos minutos de tranquilidad.
Da
unos pasos más hacia mí y cuando me tiene justo enfrente posa una
mano sobre mi hombro, mirándome a los ojos. Después de unos
segundos de silencio, niega con la cabeza y dice:
-Nadie
que no tenga una tarea va a pisar la Pradera. Y menos tú-me da un
toque en la nariz y me da la vuelta.
Ah,
claro. La decoración. Casi se me había olvidado que se va a
celebrar allí. Pero hay muchas maneras de entrar en el bosque. Quizá
la que más me guste sea esa, pero puedo entrar por cualquier sitio.
El problema es que Effie parece no querer soltarme. Me lleva directa
a casa y me sienta en un silla en la cocina. Me prepara un café y un
par de tostadas.
-Creo
que Haymitch siente algo por mí-suelta rápidamente, mientras se
frota las manos una y otra vez y sus mejillas se sonrojan.
No
estábamos hablando de nada en particular, así que no sé a que
viene eso. Se me atraganta un trozo de tostada y me obligo a no reír.
¿Haymitch? ¿Estamos pensado en la misma persona? Pero en su mirada
veo que es cierto. Que ni es una broma, ni debo reírme.
-¿Con
algo...te refieres a amor?
Asiente
repetidamente y comienza a pasearse por la estancia. Se la ve
nerviosa y ese ajetreo solo me provoca más ganas de estallar en
carcajadas. Parece que Effie sí que siente algo.
-Es
que no lo sé-dice en un suspiro, pero sin detenerse en su marcha-.
Puede que sean imaginaciones pero últimamente...-deja la frase en el
aire y se pone a jugar con una manzana-. Katniss, ¿qué hago? Estas
tres semanas...-se le cae la manzana al suelo y corre a recogerla-.
No sé lo que me pasa, de verdad. Es como...
-Cosquillas
en el estómago, nervios al estar a su lado, sonrojarse por cualquier
comentario, fantasear...-digo sonriendo pensando en todo lo bueno que
me aporta Peeta y el estar a su lado. El hecho de haberme enamorado
de él y todo lo que conlleva.
-Sí-confiesa-.
Justo eso.
Ahora
si me río. Pero solo de saber que Effie, esa mujer capitolina que
parecía de plástico, está enamorada de Haymitch. Me mira con el
ceño fruncido y me levanto para abrazarla. No me río de ella. Es
sólo que...bueno, me hace gracia. Ella me abraza con ganas y pierdo
la noción del tiempo hasta que Cinna nos interrumpe carraspeando.
-¿Qué
tal?-pregunta pasando y sonriéndome.
-Genial-contesto,
aunque estaría mejor si hubiese podido pasar un rato a solas.
Hablamos
durante un largo rato. De todo y nada. Supongo que hacemos tiempo
para que Peeta se despierte y Haymitch se lo lleve. Ese es el plan.
Además, estamos esperando a que Octavia y Flavius aparezcan para
arreglar a mis hijos. Como Effie todavía no se ha quejado sobre el
tiempo, creo que vamos bien.
Entre
risas bajas escucho cómo alguien desciende las escaleras y atisbo a
Peeta antes de pasar por la puerta de la cocina. Ahora es como magia.
Una chispa se enciende en cuanto lo veo pasar. Sí, ha sido un
segundo, pero lo suficiente como para encender la llama dentro de mí.
Noto como cada parte de mi cuerpo toma vida y el aliento me devuelve
lo que había perdido. Tendría que haberme quedado más tiempo en la
cama con él en vez de intentar ir al bosque.
-Katniss.
¡Katniss!-Cinna me llama pero me he quedado embobada mirando por
donde Peeta se ha ido y no soy capaz de apartar la vista de allí-
¿Katniss?
-¿Qué?-consigo
decir.
-¿Que
qué tal si vamos hacia el salón?
Asiento
con la cabeza y caminamos hasta allí. Veo que han apartado algunos
muebles y otros los habrán puesto en otras habitaciones. Cinna se ha
traído un equipo de maquillaje que esta deseando utilizar, así como
productos e utensilios para el pelo. Este es su campo, y no soy nadie
para custodiar cómo haga su trabajo, así que me siento en una silla
y espero a que elija lo que tiene en mente para poder causar el
efecto que quiera.
Flavius
y Octavia llaman a la puerta y Effie corre a abrirles. Pasan y me
saludan admirando lo bien que me conservo y cómo está quedando el
trabajo de mi estilista. Me observan, comentar, se impresionan,
halagan a Cinna, y luego tienen un par de ideas que le comunican.
Effie los echa para que vayan a prepara a Sarah y Jaden, mientras
Cinna trata de terminar con mi pelo.
-¿Quieres
verte?
-Mejor
cuando esté listo.
Cierro
los ojos y dejo que me maquille. Que espolvoree productos, que me
eche cremas, que se decante por varios colores que dice, pero que no
elijo. Al cabo de un buen rato, en el que yo me he dedicado a pensar
en mi inminente boda, Cinna me dice que ya está.
-Espera-le
digo-. Mejor cuando esté con el vestido puesto.
Cinna
asiente y deja el espejo en la mesa. Me indica que me quede donde
estoy mientras él trae el traje y todos los complementos. No tarda
apenas unos segundos y veo en su cara el reflejo de que ha conseguido
justo lo que quería, así que debo estar radiante. Me levanto de la
silla, me desvisto y dejo que Cinna me dirija como si fuera una
marioneta. El vestido cae por mi cuerpo y queda pegado a él, como si
fuera parte de mi piel. Sí, definitivamente le a hecho algún que
otro arreglo. Aún sigo con los ojos cerrados, porque no quiero
verme, pero en mi mente se dibuja la forma del vestido: blanco hasta
la cintura, con rayas negras hechas de pluma por toda la falda. Los
bordes del escote en picado llenos de diminutos diamantes
transparentes. La cola larga, hecha completamente de plumas blancas.
La espalda está medio descubierta y de nuevo, por los bordes hay
una infinidad de diamantes, aunque esta vez son negros. El velo de
seda con piedras preciosas. Abro los ojos justo cuando Cinna me está
colocando los pendientes y una pulsera.
-Ahora
los tacones.
Odio
subirme en uno de esos, pero no me queda más remedio. Nunca los
había visto. Blancos con diamantes negros haciendo lineas. Son
preciosos. Me los pongo y camino, al principio algo torpe, pero
enseguida me acuerdo de todos los consejos y todas las veces que tuve
que caminar con ellos. Camino por el pasillo hasta llegar a un espejo
de medio cuerpo para verme. Cinna va detrás de mí, sujetando la
cola. Cuando me veo en el espejo esbozo una gran sonrisa y se me
llenan los ojos de lágrimas. Soy el sinsajo. Radiente. Fuerte. Llena
de valentía y coraje. Sin palabras.
-Una
obra maestra, Cinna.
-Gracias,
pero tu haces posible que sea así-me guiña un ojo-. Effie creo que
ha ido a casa de Haymitch, así que preparate para salir.
-¿Sarah
y Jaden?
-Fuera.
Salieron cuando traje tu vestido.
Flavius
y Octavia aparecen y me admiran de nuevo, aunque esta vez es mucho
mayor. Me tocan la cara con cuidado, el pelo, el tejido del velo, la
cola, preguntan de qué son las plumas...Y, finalmente, dejan la
pregunta más importante para el final...el fuego. Cinna se niega a
responder a eso, aunque yo se de sobra lo que pasará. Supongo que
quiere que sea una sorpresa. Por cierto...¿cuando he de sacarlas a
la luz?
Effie
entra por la puerta, echa a Flavius y Octavia para que vayan más
deprisa y luego abre la boca de par en par al verme. Se queda sin
palabras, viene a abrazarme, pero algo hace que en el último momento
se detenga. Entonces me coge una mano y dice:
-Increíble.
Solo puedo decir eso.
Salimos
de la casa y en cuanto piso el asfalto me empieza a dar un ataque.
Los nervios me comen, las ansias me impiden andar, los temblores se
adueñan de mis rodillas y el temor a algo que no logro entender
viene directa hacia mí como si se tratase de un relámpago. No
puedo. No puedo hacerlo. Respiro agitadamente y miro hacia Cinna. Él
parece no comprender lo que me pasa, aunque, a decir verdad, yo
tampoco. ¿Pánico a casarme? ¿Miedo escénico? No. Llevo con Peeta
16 años y prácticamente se podría decir que estamos casados,
porque unos papeles lo acrediten o no, no quiere decir nada. Le
quiero, eso lo tengo claro, pero... ¿Es por Gale? ¿Por
reencontrarme con él después de todo? Puede que uno de los motivos
sea ese. El no saber qué decir, el no saber si habrá venido, el
pensar que intentará parar la boda. Pero hay algo más. Es algo que
está profundo en mí, como enterrado. Casi olvidado. Los Juegos, la
Cosecha, el Vasallaje. El Presidente Snow queriendo mi boda a la
fuerza. Pero ya no es así. Ahora me caso porque quiero y porque en
estos instantes es lo que más feliz me puede pasar.
-Estoy
bien-digo recomponiéndome y tomando aire-. Estoy bien-vuelvo a
decir, ahora mucho más convincente y seguimos caminando.
Pasamos
la Aldea de los Vencedores y cuando estamos por la Plaza, Effie nos
dice que ella va a ir más deprisa para traer a Haymitch. Sí. Tanto
él como Cinna van a acompañarme al altar. Me encantaría que fuera
mi padre, claro, es lo que siempre habría querido, pero eso va a ser
imposible. Al igual que Peeta vaya con su madre. ¿Con quién irá
Peeta? Aunque, hay algo más que me gustaría que estuviese junto a
mí. Algo que daría lo que fuese por estar solo unos minutos más
junto a ella. Sé que a Prim le hubiese encantado estar en este día
tan especial. Su voz cantarina, sus trencitas doradas, su mágico
aleteo cuando corretea o camina. Prim, mi dulce y pequeña Prim. Lo
que daría por que viviese un poco más, lo justo para estar aquí, o
lo justo para intercambiarme por ella. Prim. Es como si la sintiese
justo ahora, a mi lado, sonriendo y asintiendo cada vez que me
aproximo a Peeta.
Cuando
pongo un pie en la Pradera no puedo hacer más que asombrarme,
maravillarme y mirar a Effie agradecida con lágrimas en los ojos. Es
todo lo que podía imaginar y más. Mesas y mesas se extienden por
todo el prado verde. Son de madera clara y sus manteles son blancos,
lo que hace que la imagen sea preciosa. Las sillas que están a su
alrededor son de esa madera de color marrón claro. Todas
cuidadosamente colocadas, con un número determinado según los
invitados de cada uno, sus nombres escritos a máquina en papel de
color carbón y los bordes de los mismos están quemados. Mientras
camino, Haymitch a mi derecha, Cinna a mi izquierda, Effie unos pasos
más adelante para llegar antes que nosotros y sentarse; solo puedo
contemplar todo lo que hay a mi alrededor. Farolillos esperando a que
caiga la noche para que se enciendan, rosas rojas, negras y blancas
dividas por colores en zonas. Hay un problema que no fui capaz de
pensar, o mejor dicho, de recordar, aquel día que Cinna y Effie se
peleaban por el color de las rosas y es que las blancas no me pueden
indicar otra cosa que peligro. Que Snow está cerca, midiendo mis
pasos, calculando los minutos para que se lleve a cabo algún
maquiavélico plan, memorizando cada movimiento que hago y cada lugar
donde piso. Pero me recuerdo que murió, y que por mucho que mi
subconsciente me diga que queme y destruya cada pétalo blanco, sé
que nada malo me va a pasar. No en un día como hoy.
No
me percato de cuánta gente hay hasta que los veo a todos sentados,
mirándome, sonriendo hacia mí, pensado que son afortunados. Me
sonrojo un poco ante tantas miradas y esto es lo que hace que olvide
las rosas blancas, además, lo siguiente que veo me deja sin aliento:
tres filas de asientos, creo que 30 personas por cada una. O quizá
sean más. Además sé que no todos los invitados están sentados
ahora mismo. A mi boda van a acudir, aproximadamente, unos 300 o 400
invitados. De todos ellos, solo una pequeña minoría, minuciosamente
estudiada y sobretodo escogida por el paso que han tenido en nuestras
vidas, están ahora presentes. El resto solo vendrán al banquete.
Delante de la fila de asientos imponente se alza el altar, que no es
más que una plataforma elevada del suelo, blanca, redonda, con
enredaderas subiendo por la finas columnas que sujetan la cúpula. En
el centro del altar se encuentra una especia de atril, donde detrás
se colocará el alcalde, encargado de casarnos. Peeta está a la
izquierda, mirando al vacío. Entonces me fijo que detrás de ellos,
detrás del altar, hay otras tres filas más de invitados.
Veo
cómo Effie se sienta en primera fila y mira hacia atrás un segundo.
A Enobaria, Annie y su hijo Finn, Plutarch, los panaderos de la
panadería de Peeta, Octavia, Flavius, Venia. Mis hijos delante de un
camino al que han arrebatado cada brizna de hierba me miran sonriendo
con los brazos cruzados. Uno a la izquierda. Otro a la derecha.
Esperando a que pase a su lado. El camino es lo suficientemente
espacioso para que quepamos tanto Cinna, como Haymitch y yo. Además
me fijo que entre asiento y asiento solo ha un pequeño hueco que
permite pasar a una persona, el resto del espacio lo adornan rosas
negras y rojas. Sé por su intensidad y por la forma en la que
brillan que están modificadas. No son como el resto de rosas que hay
por la Pradera. Miro a Haymitch un momento porque noto que mira y me
asiente. Con solo eso sé que no debo temer nada, que todo va a salir
bien. Que este es mi día y he de disfrutarlo. Me agarro más a su
brazo, sé que comprenderá que quiero darle las gracias por todo.
También aprieto más el brazo de Cinna y lo miro a los ojos, pero
esta vez la que asiente soy yo, indicando lo feliz que soy y que no
tengo ninguna duda.
Al
poner un paso en el camino de tierra mis hijos caminan detrás de mí
y noto como me agarran la cola del vestido. ¿Qué van a hacer?
-Ya
sabes, Katniss, es de mentira-me susurra Cinna justo un segundo antes
de que note que mis hijos elevan la cola y la sueltan al suelo con
mucha fuerza.
Comienzo
a arder, como en los viejos tiempos, como todo el mundo aquí ha
visto. Pero esta vez, al ser la última que lleve fuego incorporado
sé que Cinna a hecho algo más. Y eso lo descubro, cuando, al pasar
al lado de las rosas y que mi vestido las rocen, estas comienzan a
arder dejando todo a mi paso envuelto en fuego. La verdad es que no
sé como será la estampa desde fuera. Supongo que un mar de fuego a
mi paso. Pero solo hago una cosa y es bajar el brazo para entrelazar
mi mano con la de Cinna. Todo esto es como un sueño. Un sueño que
entre todos están haciendo realidad.
Haymitch
me suelta y antes de dejarme por completo, me acaricia la mejilla y me
aparta un mechón de pelo. Cinna me aprieta un poco más la mano y
luego me la besa. Entonces me dejan sola, sentándose cada uno a un
lado de la fila. Miro hacia delante y me encuentro con Peeta. Un
Peeta con la mirada perdida en mí, en mis ojos, en mi pelo, en mi
cuerpo, en las llamas. Subo un peldaño, dos, tres. Menos mal que no
me he caído. Entonces me pongo a la derecha de atril y espero a que
el alcalde de los honores. Noto que a medida que se me apaga el
vestido, el velo comienza a arder.
He
asistido a muy pocas bodas en toda mi vida. Y no difieren mucho de
como son ahora. Sí, antes éramos muy pobres y todo eso. Teníamos,
además, una especie de ceremonia con pan tostado en una chimenea, y
de hecho eso se sigue conservando. Pero el método viene a ser el
mismo. Normalmente esto se hace con muy pocos testigos en el Edificio
de Justicia, lo de hoy es algo especial. El alcalde da un pequeño
discurso, siempre el mismo, lee unas pautas, hace preguntas hacia los
novios, los novios se dan el sí quiero y rellenan unos papeles. Hay
gente que se da un beso públicamente, otros prefieren reservarlo
para la intimidad.
Nunca
me he parado a escuchar uno de sus discursos, y aunque algo me dice
que esta vez, por ser mi boda, debería hacerlo, la mirada de Peeta
me embruja y ya no hay manera de escapar de allí. Su mirada azulada
se clava en la mía y creo entender lo que siente y piensa. Está
nervioso, mejillas levemente rosadas y un pequeño temblor que no
percibiría si no supiera lo muy quieto que se está (excepto cuando
es de vital importancia, véase los juegos), normalmente. Supongo que
ha esperado durante años este momento y aún así no se había hecho
a la idea. Yo, por mi parte, ahora mismo estoy totalmente relajada.
Me siento como si estuviera en una nube. Flotando en el agua. Formo
una leve sonrisa y entonces él parece tranquilizarse un poco. Lo
mismo piensa que aún puedo arrepentirme.
Me
acerco un poco más a él mientras el alcalde sigue con su discurso
que ya no pienso escuchar. Peeta me mira extrañado, pero luego da
otro paso hacia mí. Nuestras miradas se vuelven a cruzar y noto la
necesidad de abrazarlo. Pero me mantengo quieta, intentando que no se
note mucho que no presto atención a otra cosa que no sea Peeta.
Entonces da otro paso hacia mí, decidido, ignorando a todo aquel que
nos mire. Yo doy otro más y nos detenemos. Casi impedimos la visión
del alcalde, aunque me da igual. Doy otro paso más y mis ojos viajan
desde los suyos a sus labios. Los deseo como si supiera que es la
última vez que los probaré.
-Podéis
leer vuestros votos-dice el alcalde y con eso me saca de mi mundo y
sé que ha pronunciado su discurso y leído las pautas.
Espero
que sea Peeta el que empiece porque ahora mismo me he puesto
nerviosa. Sin embargo, a diferencia de mí, Peeta parece calmarse por
completo, como si hubiesen algo que le hubiese traído el sosiego. No
saca ningún papel como sabía yo de antemano. Simplemente me mira a
los ojos y asiente, convencido, dispuesto a todo. Este es su terreno.
Sin embargo no habla, lo que significa que me cede el puesto a mí.
Busco mi papel, pero, mala cabeza mía, lo he olvidado en casa. Miro
fugaz a Effie por si puediese salvarme pero sé que esto es un lucha que
debo afrontar sola. Así que allá voy. Sé que sin papel o con él,
preparado o no, nunca superaré lo que Peeta diga, así que ya da
igual. Respiro hondo, suspiro y digo:
-Hay
muchas cosas que pueden traernos la felicidad. Cosas que a veces no
podemos percibir, y cosas materiales. Pero, hoy, nada en el mundo
puedo hacerme más feliz que el hombre que tengo enfrente . El hombre
que me ha salvado tantas veces la vida, el hombre que hace que mis
suspiros valgan la pena-y ahí me quedo. Aún no sé de donde he
sacado la inspiración para decir todo eso, pero lo he soltado. Sin
embargo, las reservas se agotaron y no sé por donde seguir.
Peeta
parece darse cuenta de que me he quedado en blanco y da un paso hacia
mí. El que faltaba para que estemos casi juntos, para que no se le
vea la cara al alcalde y para ser el completo centro de atención
(como si no lo fuéramos antes), entonces me coge la mano y sonríe.
-Katniss
es más que mi vida. Decir todo lo que siento, ahora, en este
momento, en unos pocos segundos o minutos, no es posible. Tampoco es
posible escribirlo en un papel, ni dibujarlo. Son sentimientos
profundos-comienza y sin casi darme cuenta ya me tiene embelesada
con sus palabras. Me está ayudando, sin duda. Estos son unos votos
compartidos.
-Nacidos
en el corazón- continuo-. Que hacen que el mismo siga latiendo una y
otra vez, fuertemente. Cada latido tiene un significado que solo el
otro puede comprender.
-Cada
paso que damos juntos es un camino que recorremos cogidos de la mano,
juntos, sin miedo, salvándonos de los peligros que puedan
acecharnos. Katniss apareció en mi vida hace mucho tiempo-deja la
frase en el aire y sé que quiere que continúe yo.
-Pero
no llegamos a ser dos almas en una vida hasta la Cosecha, cuando
teníamos 16 años los dos. A partir de ahí todo ha sido un
laberinto, una espiral, que nos ha conducido hasta hoy.
-Ella
lo es todo para mí.
-Él
significa más que todo.
-Mi
vida-susurra.
-Mi
mundo- musito.
Entonces
el mundo se detiene. La luz emana de Peeta. Mi cuerpo necesita su
cuerpo. Mis labios unirse con los suyos. Fundirse en un beso cálido.
Mis ojos necesitan perderse de nuevo en ellos. Mis oídos escucharlo
sin cesar. Mi nariz oler su aroma. Mis manos entrelazarse con las
suyas. Lo necesito. Lo necesito. Peeta parece sentir lo mismo que yo
y coge la mano que tengo libre, la mano donde reposa su anillo de
compromiso y me lo quita. Ahora me habla directamente a mí:
-Cuando
te di esto, cuando te pedí matrimonio, no te pedí que nos
casáramos. No te pedí que me amaras para siempre. No te pedí
siquiera una muestra de todo ello. Cuando te lo di fue únicamente
para que vieses cuán enamorado estoy de ti, cuanto miedo tengo al
perderte y cuanto amor te tengo. Cuando te di ese anillo te entregué
mi alma por completo.
Y
estas cosas son las que hacen que Peeta sea perfecto y el resto del
mundo ni siquiera pueda aspirar a ser uno de sus finos cabellos
dorados. Me dejo perder en su mirada y agarro su mano con más
fuerza.
-Cuando
dije que sí fue para hacerte saber que pase lo que pase, haya los
peligros que haya, vayamos a donde vayamos, siempre, siempre, siempre
estemos juntos. Porque me da igual lo que digan unos papeles, porque
no me importa lo que suceda. Peeta, tú siempre serás el único que
lo posea-subo nuestras manos entrelazadas, esa donde estaba mi anillo
antes, y coloco su mano justo donde está mi corazón. Y así, ahora
mismo, le entrego todo lo que tengo y más. Le doy cada latido, cada
aliento de vida que me quede. Cada parte de mí.
-Sí,
quiero-dice antes de que el alcalde pueda pronunciar algo, aunque me
da que está tan sumido en nuestra conversación, en nuestro momento,
que no es capaz de despegar los labios.
Miro
a Peeta unos segundos. Su rostro, sus labios, su piel, su pelo, sus
pestañas, sus manos, su cuerpo y finalmente sus ojos. Suspiro y noto
que el corazón se me acelera, así que él debe estar sientiéndolo
ahora mismo. Cierro los ojos con fuerza, obligo a las lágrimas a
retroceder, pero cuando los abro, dos finas gotas cristalinas
descienden por mis mejillas y sonrío.
-Sí,
quiero-digo al fin y noto que la felicidad se extiende hasta no
quedar ni un solo hueco sin ella.
Peeta
se acerca a mí, me pongo de puntillas y beso sus labios cerrando los
ojos y dejándome llevar por este momento tan especial que hemos
decidido crear juntos. Resulta que “leer” los votos no ha sido
tan difícil. No necesitaba tenerlos preparados. Lo único que
necesitaba era tener a Peeta enfrente, custodiando mis ojos para
darme todas las fuerzas. Las palabras solo han brotado del corazón,
sin forzarlas a salir.
La
gente rompe en aplausos y miro hacia ellos, muchos de los cuáles me
miran sonrientes y también derramando lágrimas, aunque de
felicidad. El alcalde vuelve en sí y da la aprobación. Nos hace
firmar los papeles que oficialmente nos declaran marido y mujer y una
suave melodía creada por violes y un piano inundan el prado. Ahora,
por fin, puedo decirlo. Soy Katniss Mellark, la mujer de mi esposo.
De Peeta.
Los
invitados, dirigidos por Effie, corren hacia sus mesas. Mis hijos
reparten el menú escrito en tarjetas iguales a las que indican los
invitados por mesa, y muy pocos se quedan para estrecharnos la mano.
Veo a mi madre por primera vez y antes de que pueda decir nada la
abrazo. Le doy las gracias por venir y la estrecho tanto contra mí,
que tengo que apartarme para dejarla respirar. Me coge una mano y la
aprieta.
Las pautas......
ResponderEliminar*__________________________________________*
MADRE MIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!
ES LO MAS BONITA QUE HE LEÍDO NUNCA! esta vez te superaste!!!!!!!!!!! ME ENCANTA!!!!!!, DIOOOSSS, E-S P-E-R-F-E-C-T-O. ¡QUE BONITOOOOOOO! Peenis al podeeer!
¡Te dije que escribes maravillosamente? TE LO DIJE? PUS TE LO DIGO
Awwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww:X
que romantico, PORFAVOR NUNCA DEJES HE ESCRIBIR N-U-N-C-A
Muchas, muchas gracias, de verdad :) Entre todos vuestros comentarios vais a conseguir que me ponga como un tomate xD
ResponderEliminarDe verdad, gracias por seguir leyendo ^^
OH MY GOSH, I LOVE IT<3
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