sábado, 3 de noviembre de 2012

Capítulo 9 (Parte I)


En mitad de la noche un grupo de agentes de la paz interrumpe la conversación en susurros que Peeta y yo estábamos teniendo. Cuando abro la puerta, aún con lágrimas cayendo por las mejillas y los ojos rojos e hinchados, me dicen que venían a comprobar que si estábamos todos en casa. Les invito a pasar, a que comprueben con sus ojos que no nos hemos movido y que les odio profundamente a ellos y sobretodo al Capitolio.
-Todo correcto- me espeta.
Pero en puesto de marcharse se queda plantado en el pasillo. Me mira a los ojos profundamente y me pone las manos en los hombros como para darme alivio y consolarme. Peeta reacciona apartándolo, pero le detengo.
-Siempre serás el Sinsajo- dice el agente-. Ojalá puedas cambiar el transcurso de los hechos. Mis hijos también entrarán en el sorteo.
Así que todos, de verdad, independientemente de si eres de un distrito o del mismo Capitolio, van a sufrir viendo como sus hijos se encaminan año tras año hacia la maldita cosecha. Y veo en los ojos del agente de la paz la angustia y desesperación que yo misma siento. Sé que si antes cabía una mínima posibilidad de hacer para que tus hijos tuvieran menos papeletas o de que alguna de forma se libraran de ir, ya no es posible. August, el nuevo presidente de Panem, nieto de Snow, lo ha hecho de esta manera. De forma que nadie pueda librarse de su yugo, y me pregunto cuánto ha tenido que pagar, o en quién se ha tenido que apoyar para que le den su apoyo incondicional. Porque antes, cuando surgieron los juegos por primera vez, el Capitolio no entraba jamás en la cosecha. No iba, así de simple. Ellos se quedaban engordando en casa, sin preocupaciones, sin temor de morir de hambre o de que tú mismo presenciaras unos juegos en primera persona, mientras la gente de los distritos moríamos como si fuésemos perros y nos enviaban a morir al espectáculo que ellos consideraban como una fiesta. Entonces, claro, el Capitolio, Snow, siempre iba a tener esa ventaja. Esas personas que no iban a ir nunca y tenían la seguridad de que eso sería así por lo siglos de los siglos, y entonces apoyarían ese gobierno hasta el final.
Yo marqué la diferencia, yo hice con las jaulas de noche el primer desafío en 64 años para, después de un vasallaje que me devolvió a la arena y una guerra, acabar con todo aquello. El Sinsajo. Yo era eso, pero ya no más. No pienso colocarme de nuevo en esa piel porque no puedo. Mi hermana murió porque yo me convertí en el Sinsajo, en el símbolo de la revolución. Y si no pude salvarla de la muerte, entonces ahora no podré salvar a nadie más.
-Suerte- le digo de todo corazón al agente-. Espero que ninguno de nuestros hijos tenga que ir- se me quiebra la voz y Peeta me sostiene en sus brazos.
-No hagáis tonterías- me susurra-. No os vayáis, es lo peor que puedes hacer, Katniss.
-No lo haré- le prometo.
Al salir ellos de mi casa y Peeta cerrar la puerta con llave, sollozo para finalmente romper en lágrimas. Lo sabía. Lo he sabido siempre. Sarah y Jaden no deberían haber nacido porque ahora pueden morir y yo puedo verlo mediante una pantalla sin poder hacer nada. Me dejo caer al suelo, hincando las rodillas en la madera y me tapo la cara con las manos.
-Tranquila, cariño- me susurra Peeta al oído-. Todo saldrá bien, te lo prometo.
-¿Y si salen, Peeta?
-No, eso no va a pasar. Sólo habrá una papeleta para cada uno.
Me remonto a hace tantos años. A ese día en que yo le dije a Prim que sus posibilidades eran casi nulas porque era su primer año y en la urna sólo habría una papelito con su nombre. Sí, una posibilidad entre miles. La mala suerte basta para que esa mínima posibilidad, en comparación con mis otras muchas papeletas, fuera lo justo. Porque aunque me intente convencer de que mis hijos sólo tendrán una posibilidad cada uno, sé que con una es suficiente para ir a los Juegos. Suficiente para morir y suficiente para seguir otro año más con vida también.
-Prim también tenía una única papeleta, y yo no podré presentarme en lugar de cualquiera de los dos si sus nombres son cogidos- lloro.
Además de que este año, estos primeros juegos de este primer gobierno, dudo mucho que se presente alguien voluntario en su lugar. Porque antes podías pensar que por venganza, por intentar ganar para traer algo de riqueza a tu familia o distrito, alguien podría ocupar tu lugar. Pero este año, estos chicos que han vivido y nacido sin Juegos, ¿puedo esperar que alguno se presente voluntario por mis hijos? Ni aún siendo el Sinsajo. Para ellos yo no tengo la importancia que puedo tener para la gente de mi edad. Así que si alguno de los dos salen, lo único que puedo esperar es que sepan defenderse.
-Gale llegará a tiempo al 2 para la cosecha- dice de repente Peeta-. Por lo menos tú y yo estamos juntos en esto. Annie y él no tienen a nadie.
Es cierto. En cuanto echamos a los agentes de la paz del jardín de Haymitch y Caesar nos dio la noticia, Gale y Annie partieron con sus hijos hacia sus distritos. Ambos con ganas de llorar, ambos maldiciendo lo que yo ahora maldigo.
-No tendremos tan mala suerte- digo para mis adentros en voz alta-. Estarán bien. No irán a los juegos y podremos escaparnos entonces.
-¿Quieres irte?
-Me prometiste que si algún día estaban en peligro entonces huiríamos.
-Sigo manteniendo mi palabra.
-Entonces que así sea. En cuando pase la cosecha, nos iremos a los bosques.
Peeta y yo nos vamos al salón. Nos sentamos en el suelo mientras la luz de las llamas bañan nuestros rostros. Lo que se supone que iba a ser el día de mi vida, de repente, se ha tornado en algo parecido a una pesadilla. Ahora mismo debería estar disfrutando de la noche junto a mi marido. Deberíamos los dos estar rumbo a alguna parte como luna de miel o acostándonos como si fuera la primera vez. Pero no, y por mucho que me apeteciera una de las dos cosas, con todo lo que se nos viene encima y la preocupación que arrastro conmigo, sería imposible.
Miro a mi marido a los ojos y me echo a sus brazos intentado no llorar más de lo que lo he hecho hasta entonces. Esta noche no dormiré, es algo que tengo claro. Sólo quiero que todo pase rápido, que me despierte de tal pesadilla, y que el caos que esté viviendo sea una especie de broma de mal gusto o lo que sea. ¿Por qué el día de mi boda? ¿Por qué cuando más soy feliz tienen que estropearlo? ¿Por qué cuando creo que por fin estoy a salvo tienen que hacerme ver que eso nunca será posible? Que por mucho que lo crea y lo intente eso de ser libre nunca será una realidad. Que cuanto más quiero algo, más intentarán robarlo. Que cuanto más me ciegue con promesas falsas, más dolor me causará el destaparme los ojos y ver la realidad ante mis ojos.
La realidad de hoy es que los Juegos, el yugo del Capitolio, la opresión, la maldad, son cosas que durante toda la eternidad van a seguir existiendo. Que pueden haber existido, existir y que existan miles de Sinsajos como yo a lo largo de la historia, pero que jamás seremos suficientes como para erradicar la perversidad que hay arraigada en el corazón de las personas.
-¿Seguiremos siendo mentores?- le pregunto a Peeta con miedo porque eso sería incluso peor que quedarme en casa si mis hijos salieran. El tener que intentar que uno de tus hijos sobreviva matando a muchos otros niños que no tienen culpa de nada.
Peeta me mira a los ojos y los cierra con fuerza, como cuando tenía un ataque y por un momento temo que hasta el Capitolio haya podido volver a arrebatármelo.
-Perdóname- dice de repente-. Lo siento, Katniss. Si llego a saberlo, a intuirlo de verdad, jamás te lo hubiese ocultado.
-¿El qué?
Entonces me acuerdo de que todos, antes, en casa de Haymitch, parecían saber algo que me habían estado ocultando y que creo que tiene que ver con lo que Peeta me va a decir a continuación. Algo que tiene relación con los juegos, con las elecciones y con no hacerme daño. Algo que tenían planeado y que según Paylor no les salió como tenían previsto.
-Paylor nos convocó hace una semana en casa de Haymitch. Tú estabas en el lago con los niños, así que todo estaba planeado de tal manera que tú no te enterases de nada porque supuestamente lo íbamos arreglar entre todos. Cosa que parece no ha sido posible.
>>Paylor nos contó que habían llegado rumores al 13 de que la elecciones seguramente estarían amañadas y que puede que volvieran los juegos. Evidentemente nadie la creyó, pero resulta ser que es cierto. Aunque no nos lo llegamos a creer ninguno de los presente, Paylor nos dio un plan a seguir. Lo primero era que no te enteraras de nada porque en el mejor de los casos nada iba a pasar y no querían darte un mal trago antes de la boda, pues la cancelarías y la idea era tener a la población ocupada con nuestro compromiso.
>>Debíamos, si pasaba, si volvían los Juegos, mantener la calma. Effie y Cinna volverían a sus antiguos puestos. Tú, Haymitch y yo seríamos de nuevo mentores, así como todos los vencedores que siguieran con vida. Pero, bueno, al ser los primeros en tantos años, habría una posibilidad y es que los padres de aquellos primeros tributos que participaran en los juegos, independientemente de si ese distrito tenía o no mentores previos, podrían ellos ejercer ese puesto. Es decir, que si por ejemplo, Oliver saliera, Gale podría ir.
-Eso es horrible- musito-. Lo es que me hayáis mentido, pero mucho más lo que van a hacerles a esos pobres padres.
-¿No fue así en los primeros? ¿No fueron los padres de los tributos sus mentores?
Me encojo de hombros. Mi mente sabe perfectamente cuál es la respuesta a la pregunta, pero ni siquiera tengo fuerzas de rescatarla. Abrazo aún más a Peeta con odio por haberme mentido, pero aferrándome a su cuerpo con fuerza porque tengo miedo a perderme. Lo necesito en estos momentos y pelearme por haberme ocultado el asunto no sería bueno para ninguno de los dos. No teniendo una cosecha con la que lidiar dentro de escasas horas. Así que al despegarme de él, lo miro a los ojos y junto nuestros labios mientras las lágrimas saladas de ambos se mezclan en nuestras bocas.

Todo el trabajo que ayer hicieron los estilistas queda abandonado a otra dimensión y las ojeras, los ojos hinchados y rojos, y los labios secos y algo agrietados lo reemplazan. Me froto la cara y me echo agua de nuevo. No hay nada que hacer, esa es la conclusión a la que llego cuando me miro al espejo por cuarta vez esta mañana. Me he pasado toda la noche llorando en los brazos de Peeta, intentando encontrar el modo de sacar fuera a mis hijos de la cosecha, pero no he encontrado nada que me sirva sin hacer daño a alguien o sin poner en peligro nuestras vidas. Así que lo único que me queda es la resignación y esperar que ellos no salgan. Ni ellos ni nadie querido y conocido, lo cuál creo que será algo difícil.
-¿Katniss?- oigo la voz de Peeta desde la cocina.
No quiero contestarle. No quiero en estos instantes hablar con nadie, ni ver a nadie, ni que exista nada. Quiero despertarme de la pesadilla que estoy teniendo. Quiero abrir los ojos y encontrarme en mi vieja casa en la Veta, a Prim dormida a mi lado, a Buttercup bufándome y a Gale esperando en el bosque para lo que será un buen día de caza. Quiero que todo vuelva a como era antes de la primera y última cosecha de Prim. Quiero que nada de lo que presencié y viví pasara, y por último, quiero que todos los que hay ahora mismo en esta casa, que todos aquellos con los que me he cruzado en mi vida, y todas esas personas que me conocen por ser el Sinsajo no tengan ni idea de que existo. Así todo sería mejor. Todo sería distinto de no haber nacido, o de no haberme convertido en lo que soy ahora y por lo que tengo que pagar. Un precio demasiado alto.
-Katniss- Peeta se acerca hasta la puerta del cuarto de baño y da unos golpecitos-. Tu madre está aquí. Quiere verte.
Está bien. He de recomponerme. Todavía no hay nada asegurado. Hay muchos niños en el 12 y no tienen por qué ser mis hijos. Sé que aún así voy a tener que ejercer de mentora, de hecho a primera hora de la mañana me llegó una carta firmada por el mismo presidente de Panem invitándome a ello, pero no puedo dejar que nada ahora mismo me derrumbe. Al menos tengo que ser fuerte por mis hijos. Si no lo hago, si dejo que todo esto me haga pedazos por dentro y me suma así en un caos algo indescriptible, entonces estaré haciendo lo que mi madre hizo tras la muerte de mi padre, cosa que no voy a consentir.
-Vale- suspiro-. Eres el Sinsajo, ¿no?- le recuerdo a la mujer que hay reflejada en el espejo-. Haz el favor de salir ahí afuera y cargar tu arco.
Y, como me he dicho a mí misma, abro la puerta y me preparo mentalmente para todo lo que sé o que intuyo saber que va a pasar en las horas siguientes. Mi madre me espera en la cocina, algo seria para lo que estoy acostumbrada a ver, y tras decirme que tome asiento y cogerme las manos dice:
-Katniss, sé que no he estado todo el tiempo ahí, a tu lado, y puede que ahora no sea el momento idóneo para compensarlo, pero quiero que sepas que estoy contigo.
-No importa, mamá. Ambas lo hemos pasado mal y ahora...
-Escucha- me interrumpe-, no te estoy pidiendo perdón, solamente digo que no puedes rendirte ahora, ¿vale? Yo lo hice contigo y con tu hermana. Ahora que tú eres madre, no puedes venirte abajo. Tienes que luchar por ellos. Yo he aprendido algo tarde, pero tú estás a tiempo.
-Mamá, lo dices como si fuera a salir alguno de ellos.
Ella agacha la cabeza, me aprieta más las manos y por un momento creo que se va a echar a llorar. Entonces se incorpora y me regala una leve sonrisa. Ahora veo que sus ojos están empañados en lágrimas y que puede que esta noche haya llorado como yo y supongo que como otros muchos ciudadanos.
-Katniss, a partir de hoy vas a comprobar que ser madre de lo que podrían ser tributos es lo más difícil con lo que tengas que lidiar. Puede que hoy se salven, sí, puede ser. Pero eso no quita que puedan salir en años posteriores, y eso, cariño, eso es lo que tienes que comprender.
Sus palabras se me clavan como si fueran miles de cuchillos afilados. Cada hoja de los mismos me traspasa con fuerza y hace que todo el cuerpo me duela. Mis ojos no pueden segregar más lágrimas, así que lo único que hago es soltarle las manos y esperar a que el agua helada que me acaba de caer por la espalda se seque de alguna manera. Aunque tiene razón. Hoy pueden salvarse, pero cada año que pase, será un año en el que perfectamente pueden salir. Cada año más papeletas, cada cosecha más posibilidades para que salgan. Reprimo de nuevo las ganas de coger a todo el mundo y arrastrarlos conmigo al bosque.
-Debemos huir- musito.
-No podemos- dice de repente Peeta-. Somos mentores, estamos atados. Será imposible y si nos encuentran nos matarán.
-Es cierto, hija- mi madre vuelve a tomarme las manos-. Estamos como al principio de todo. Sólo podemos esperar a que alguien como tú salga para mostrarnos la luz.
Con eso sé que quiere decir que no puedo volver a ser el Sinsajo. De hecho puede que haya algún tipo de protocolo para que si vuelvo a tener alguna esperanza de volver a formar algún levantamiento acaben conmigo en cuestión de segundos. Estamos todos encadenados bajo el yugo del Capitolio.
-Tenemos que salir ya mismo. El toque de queda será en unos minutos y no estamos listos- dice Peeta con voz queda.
-Sí.

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